jueves, 3 de mayo de 2012

Crónica de Loopoesía en el Jardín del Olokuti (I): la antesala







A veces me sorprende pensar cómo uno interioriza un proyecto. Eso puede generar incomprensión por lo que se hace, pero claro, ya son tres años largos de Loopoesía con todas sus versiones y la idea siempre se consolida más, siempre buscando nuevos retos y lugares para que el proyecto madure y crezca.

En 2012 el todo está dando saltos de gigante. Primero fue la decisión de hacer que mi criatura fuera finalmente personal e intransferible. De septiembre a diciembre de 2011 dejé de escribir poesía para prepararme mentalmente para escribir la mejor suite de mi trayectoria. Así salió El gladiador silenciado, que ahora es un libro, complemento perfecto para el show, sobre todo para aquellos que desean entender el conjunto, que produzco al 100% desde los versos, que articulan lo teatral, las mezclas musicales y las proyecciones.






El segundo paso importante ha sido encontrar unos aliados más que maravillosos. Daniel Ramos y toda la gente que configura Versos&Reversos creen en el proyecto, y me lo demuestran cada día, bien sea por la magnífica edición del libro, bien por las ganas y la química que hemos creado para innovar y que las cosas salgan bien. Así pues, en realidad no estoy solo.

De esta unión nació la idea, pionera porque dará paso a retos más ambiciosos, de montar un show en el Jardín del Olokuti. Desde 2012, salvo contadas excepciones, Loopoesía no actuará más en lugares pequeños y buscará siempre más espacios que compartan la energía del espectáculo. En este sentido recuerdo que hace años tomé té en el jardín que el viernes contempló una de las mejores actuaciones de esta historia que con el tiempo tiene ya páginas importantes que sólo el paso del calendario valorará en su justa medida. Una de las mejores sí, y quizá la más trascendente porque abre una senda futura que abrazo con mucha fuerza.






El hecho de actuar al aire libre ya marcaba una diferencia de peso. En julio de 2010 actuamos en un frontón y el recuerdo es surrealista. Fue el día de la gente entrando en el escenario, imágenes mastodónticas y una oscuridad que hizo que nos concentráramos en la función sin pensar en el público. Energía pura de Neill, Laura y yo.


En 2012 la situación, insisto, ha cambiado. Con Dani visitamos el lugar del crimen en un par de ocasiones, insuficientes para darnos cuenta de sus misterios. Hablamos con los dueños, hicimos una pequeña prueba de sonido y luego comentamos la jugada. Sin embargo, lo más importante radica en lo mental, tanto cuando se actúa como cuando se prepara lo que vendrá.


Por ese mismo motivo las horas previas al Loopoesía del viernes fueron una constante descarga de emociones que sólo se solventarían cuando pulsara el play y diera rienda suelta a la propuesta de un 27 de abril que siempre recordaré. Y empezó a las seis de la tarde, cuando mi miedo no se centraba en la ausencia de público, vinieron más de setenta personas, sino en los aspectos técnicos y meteorológicos. Durante toda la jornada recé a la nada y consulté las mejores páginas para saber si la lluvia nos visitaría. La respuesta al 99% era negativa, pero uno no lo cree hasta que no lo ve, y así la espera se hizo eterna desde la ventana de mi casa hasta el instante en que cogí el metro en dirección a Joanic para comprar monedas de chocolate para regalarlas al público, no por capricho, nada lo es en la estructura, sino porque los mismo versos viran en la dirección económica antes de llegar al lenguaje incomprensible con el que nos bombardean desde que la crisis traspasa la mera frontera de bolsas y primas de riesgo.







En fin, llegué al jardín y los problemas fueron solucionándose. Queríamos proyectar las imágenes en un muro. Fue imposible por el viento, por lo que optamos por colocar la pantalla cerca de un árbol para que Eolo no hiciera de las suyas y funcionó. El siguiente dolor de cabeza era ubicar los Gadget loopoéticos. La disposición del patio complicaba la cosa por culpa de una palmera que podía tapar la vista a parte de los espectadores. No pasó nada. La silla con el piano, las maracas y el casco de gladiador en un lateral permitió obtener un ángulo perfecto que no obstaculizaba el seguimiento del espectáculo. El resto de elementos fueron distribuidos en función de lo disponible, como siempre pasa con Loopoesía, que se adapta siempre a lo que tiene y por eso es un proyecto que puede realizarse hasta en un metro cuadrado, ya que con inventiva y voluntad de sacar adelante las cosas nada es utópico.


El miedo tenía nombre de sonido y vecinos, que luego resultaron ser entusiastas, como demostró la chica que aplaudía enloquecida desde el balcón de su hogar. Lo de micros y música costó más, pero tras consultar con un negocio del barrio y hacer algunos ajustes solventamos la papeleta y la mezcla y mi voz se oyeron en idóneas condiciones y las dudas se desvanecieron.







Si cuento la preparación es porque el día, la fecha y la hora estaban programados en mi conciencia como un triunvirato de lo excepcional. Pocas veces he sentido tanto la inminencia de una vuelta de tuerca. La presentí en agosto de 2009 en el Elèctric, cuando de los meses iniciales de experimentación alcanzamos un rumbo concreto. La intuí en octubre de 2010 en el Macondo con Laura con un show que nos resucitó totalmente. La constaté a lo grande con la misa de noviembre del mismo año, y aún lamento que sólo tengamos fotos del evento, enorme, mítico, y la propulsé en mayo de 2011 en Madrid con el negro de Banyoles. Todas esas citas fueron giros radicales, impulsos de confirmación. El 27 de abril tenía que ir más allá, y lo consiguió. Nada volverá a ser como antes.







Loopoesía es amor

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