lunes, 4 de octubre de 2010

Crónica del show loopoético en el Macondo bar, 3 de octubre de 2010



Crónica del show Loopoético en el Macondo Bar: Domingo 3 de octubre de 2010

Ocho de noche, nueve de la tarde, como Messi en Verdaguer. Los dos loopoetas supervivientes quedan en el metro de Guinardó. Lola Farigola está esplendida acompañada de un eminente navarro. Jean Martin du Bruit soporta su catarro. Piensa en comerse el escenario, pero de momento le pesan las bolsas con todos los utensilios. El Pony atiende entre trompetas, guitarras, piernas, muñecas fascistas y crucifijos. Amamos los chiringuitos chinos. La cita del domingo tres de octubre era en el Macondo. Nos daba miedo el día. Cada vez adoramos más al público, aunque sólo les pediríamos, por el bien de nuestra salud, que fueran más puntuales. El Macondo es magnético. Llegamos pronto, montamos el tinglado y esperamos. A las nueve y media el Barça era un insulto. Nada, aquí no viene ni Cristo. Se abre la puerta. Jean Martin se chuta un espiriten, o cómo leches se llame, y resucita. Oremus Papam. Loopoesia es amor…se cierran las luces y la sala, de repente, se ha llenado. Magníficos presagios. Vamos a divertirnos.
Y así fue. Por segunda vez el inicio fue atronador. Un loop de piggies, que más barroco no se puede, alternado con coros de Girls and Boys encendió la mecha. Farigola anticipa la tormenta. Jean Martin sale distraído, se rasca la cabellera y dale a los saltos. Caaarmen. El micru oculto emitía voces eufóricas. Ellos lo saben todo. La primera parte va cómo la seda. El enmascarado se marca un vals con el navarro, casi lo tira a un sofá, corre, fornica con el Pony, dice que talibanes tallados en tullidos tulipanes tiemblan tiernamente en tétricas tazas tartamudas travestidas en tísicas tisanas de las tinieblas. Flexiones con la costilla fisurada, mucha energía compartida. Aprovechar el espacio, muy reducido, parecía harto complicado. ¡Qué importa! No cuesta nada rezar unos segundos, venerar la pierna de Paul. Yo soy Isabel la Católica. Nos estamos gustando. Irrumpen las lágrimas con Chopin mientras los poemas grabados marcan el tempo. Semejantes a los modernos. Farigola again. Rechazo de Du Bruit. Aceptación, flirteo de tres segundos en el aire y el ataque de epilepsia. Os juro que el suelo estaba duro. Botes, relajación, espasmos y al gallinero. En el escenario Lola Farigola lo borda, se sale literalmente y el respetable lo aprecia muchísimo al tiempo que una voz distante te inspira mentando a Carmina Ordoñez, la madre de Jim Morrison, la pionera del dopaje, España de charanga y pandereta. Elecciones. Nocheviejas del patriarca. Velocidad endiablada del verso que combina con los movimientos de Lola y la composición al revés con risas de terror, Mozart y morsas. La actuación pasó volando, fue un instante maravilloso. Retumba el gong y Jean Martin vuelve al ruedo, entusiasmado. Se aplaude a rabiar a Farigola. Hay una pequeña pausa, las carcajadas se diluyen. Todo está a punto de caramelo. Se anuncia la oración hindú y el tipo del traje violeta con la camisa rosa entra en trance hasta que da con la trompeta, calibra con sus orejas si está en forma y entona, envuelto en el silencio de la sorpresa, I’m a Barbie girl in a Barbie world. ¿Más? Claro, la adrenalina se desborda con el jaleo de Rasputin. La intensidad se mantiene en los versos, las sardanas surrealistas y la tranquilidad que proporciona saber que es una jornada especial, tanto que hasta un cerebro de plástico circula por la sala para saludar a una amiga. A otra le robamos el sombrero y Jean Martin recita en plan galán del cine mudo. Las bromas terminan con el aviso de decapitación. Sí, muñeca fascista, ha llegado tu turno, histeria de ciento veinte segundos. El cuerpo se arquea, arrodillándose para clavar el tridente en el mal, operación necesaria en cada performance porque, por desgracia, el fascismo nunca muere, aunque el subidón del piano y la exhibición de la testa producen una sana euforia. Con el mundo más libre llega la hora de volver al hogar. Se suceden los gemidos. Para sentir tu humedad, que es mi calor. Un órgano se alía con una botella de vino y una batería refuerza el sonido. Jean Martin fabrica sus piruetas, calcula el amanse de la pieza y efectúa su genuflexión de agradecimiento. Ha sido sencillamente increíble y la energía se expande hasta muchas horas después de la finalización del espectáculo. Gracias a todos. Loopoesia es amor.



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