lunes, 15 de febrero de 2010

Crónica del Show en la Casa de los Jacintos, 5 de febrero de 2010


Crónica loopoética madrileña (I)

Aviso al consumidor: La siguiente crónica omite los sucesos posteriores a los espectáculos. En ningún momento queremos dañar la sensibilidad de Jabalíes y Onomatopeyas.

El dos de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levantó contra el francés cuando aun no era felación, el dos de mayo de 2009 el Real Madrid perdió dos a seis contra el Barça de las seis copas y el 5 de febrero de 2010 Madrid descubre Loopoesia.

Sí, es increíble pero Madrid ya pasó y parece mentira. Fueron dos días muy intensos, repletos de nervios, emociones e imprevisibles piruetas que ya empezaron en el aeropuerto, donde un tío con un colgajo tricolor me advirtió del terrible peligro que suponía mi micrófono años 50, como si el Anónimo y servidor fueran a perpetrar un cruel atentado en el vuelo hacia la capital. El reloj nos aplastaba. Contábamos con llegar a las siete, coger un taxi, pagar la fianza de nuestro apartamento, como si fuéramos presos, e ir hacia la Casa de los Jacintos y realizar las pruebas de sonido. Las cosas se torcieron entre retrasos aéreos y guitarras en recogida de equipaje. Aun así subimos al coche público con esperanzas y sólo, tras una travesía entre tridentes y cocainómanos con llaves, abrazamos nuestro objetivo veinte minutos más tarde de lo previsto. El local nos gustó. The Lady Sounds, increíbles a lo largo de todo el fin de semana, comprobaron que lo suyo estaba en orden y se fueron a comer con el Anónimo, como siempre más tranquilo que servidor, obsesionado con los detalles, frenético por comprobar que el sonido de los nuevos poemas encajaba con la maravillosa composición que presentaríamos al cabo de poco rato. Iba llegando gente, el ambiente se animaba. Eso sí, las cosas no cambian de ciudad en ciudad. La impuntualidad es una máxima global. De todos modos ese lapso sirvió para relajarme mientras sentía que los muros rojos acogían siempre a más personas hasta llenar el recinto.

Se iba acercando el momento de salir. Los diez minutos previos son neurosis y oraciones de buenaventura, como siempre mal repartidas. ¿Sirve de algo decirle al de taquilla que debe darlas a cada espectador? En fin, fui al camerino, me enfundé el traje psicodélico, mi camisa rosa y por última vez me calcé los zapatos rojos, pues desde el sábado seis de febrero siento el suelo con los calcetines. Esta despedida no fue la última. La mítica máscara tigresca del Anónimo toledano rindió su último adiós al respetable, siendo reemplazada 24 horas después por una anaranjada careta mucho más contundente.



El show: puntos y sensaciones
El ambiente es fundamental, ayuda, da alas y todos los tópicos ciertos que queráis. Desde aquí agradecer a los madrileños su entrega y humor. Para nosotros era un evento especial y ellos nos llevaron en volandas en todo momento, lo que notamos desde la misma lectura de la oración loopoética. Me oculté, sonaron los postreres versos de Las nocheviejas del patriarca y se fue generando la atmósfera correcta. Cuando estalló el inicio de la nueva composición salté al escenario poseído y desde ese preciso instante supe que iba a ser una noche difícil de la que saldríamos airosos. ¿El motivo de la complicación? Era nuestro debut con los jugadores de ajedrez y siempre hay cosas que ajustar y perfeccionar. Desde que dejamos la libreta automática tengo que ser mucho más preciso al recitar espontáneamente durante las partes melódicas, y eso es arduo. Por otra parte el teatro era muy pequeño, por lo que limité mis paranoias, y hasta luché contra un foco. Saltar era casi imposible, y digo casi porque lo hice y poco faltó para que me partiera la crisma contra el techo. Don’t mind, que diría el negro de Banyoles, risueño junto a Pericles, Espe, Paul, Enriqueta, George y Audrey en mi espalda.

Fue empezar y sentirme cómodo. Siento el impacto de las gominolas en testas de bellas damiselas, y me sabe fatal proclamar que no las envolveremos como filetes. Una lástima. Estaba muy pendiente del cronómetro y el movimiento, atento a no errar ningún paso en esa invisibilidad de quien va catando su propia novedad. La marcha fúnebre de Chopin me advirtió del final del primer tiempo y del lloro pasamos a la algarabía. Risas y más risas. Ju ju ju ji ji ja ja ja. Tocan a rebato, bienvenida epilepsia. La alargué más de lo normal porque la ausencia de Lola Farigola necesitaba llenar el escenario por una leve fracción. Me escondí detrás de la cortina- máscara fuera, micro en mano- y constaté que mis miedos eran infundados. El anónimo toledano cobró protagonismo absoluto mezclando la música con la delirante epifanía de Isabel la Católica, repetición apoteósica, Cancerbera de un Hades provisional que imaginaba glorioso con las imágenes, el felino, la reina y esa madera solitaria con las piernas, el tridente y el resto de símbolos loopoéticos.
Escuché la melancólica trompeta de Berio, el gong nipón y las carcajadas de Within you without you y comprendí que era hora de llenar el hueco para prender la mecha de la segunda parte de los jugadores de ajedrez. Estaba feliz por escuchar bien los poemas, porque sin ellos la performance no tiene ningún tipo de sentido, seria como darle un ciego la vista y quitarle el don de escuchar. Ese bienestar auditivo suele ir acompañado de una velocidad mental tremenda. Durante el último trecho todo se acelera. Rompí la foto de Esperanza Aguirre, decapité a la muñeca fascista, recité mis últimas invectivas y tu humedad que es mi calor dio silencio y clausura. Aplausos, parlamentos, risas y un cosquilleo que no notábamos tan fuerte desde hacía meses. Loopoesia es amor.




Especiales agradecimientos a Irene Tamayo&Guillermo Aguirre por las piernas, Rebeca Yanke por el tridente y Sergi Bellver por transportar los perniles.

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