jueves, 6 de agosto de 2009

El show desde dentro (I)/Especial Cambrils (III)





Jean Martin du Bruit: Superado el trance de la clienta y su mundo surrealista me puse manos a la obra. La intro era nueva, por lo que me tocaba esperar un rato más largo de lo normal antes de entrar en escena. Aproveché los elementos y para atraer al público de la calle empecé a tocar la campana de la nave Galatea como alma que lleva al diablo.

Anónimo toledano: El estruendo causado por ese ardid fue tremendo. Me concentraba en la música y espera la aparición de mi socio. Estaba tan concentrado en lo que hacía que olvidé por completo mis gominolas.

Jean Martin du Bruit: Aparecí un poco antes de lo esperado porque me aburría el estar entre bambalinas. Llevaba diez días de reclusión monástica. Mens sana in corpore sano. Mi forma física era excepcional. Sin embargo, mi primer movimiento, pues con el espacio disponible tenía que precisar muy bien todas y cada una de mis acciones, fue abrir el bloc loopoético y escribir tranquilo los versos que ideamos mientras, por la tarde, mirábamos precios de pisos en Cambrils. Hipotética...

Anónimo toledano: Hipoteca hepatítica. Eso salió del paseo. Pese no estar muy satisfecho con el equipo técnico, di el máximo. La sala se llenó en un abrir y cerrar de ojos. Aún faltaba un tiempo para Isabel la Católica. Sentía que todo iba rodado. Me sentía tranquilo y mi capacidad tigresca de observación analizaba los rostros expectantes de los espectadores. Llegar y besar el santo.

Jean Martin du Bruit: Otro motivo de precisión era la presencia de las cámaras. Mostré con parsimonia mis versos automáticos, ofrecí gusanos a unos niños fascinados y me di la vuelta para señalar con mis pulgares, siempre que lo hago pienso en Raúl del Real Madrid, a Audrey Hepburn, víctima difunta de nuestra condena a la estética anoréxica.

Anónimo toledano: Recuerdo nuestras primeras actuaciones y la incertidumbre que se apoderaba de nosotros al percibir silencio entre el público. No es tal cosa, es un murmullo imperceptible, un cuchicheo inabarcable que llama a la puerta de la curiosidad. Lo hemos asumido y nos encanta.


Jean Martin du Bruit:
Lo que no cambia es mi inseguridad al gritar Carmen. La primera vez pronunció el nombre de la poesía más calmado, las siguientes imprecaciones son dificultosas, y esta vez opté por cantarlas. No en plan canción del verano, pero sí con un tono jocoso que, creo, provocó hilaridad.


Anónimo toledano:
La música grabada junto a las nocheviejas del patriarca fluyen, calan lentamente, producen una especie de ensoñación en directo. La prueba del show, la diferencia, era potenciar las harmonías y darle a Isabel la Católica y George Harrison un protagonismo que saturara la sala de sonido.

Jean Martin du Bruit: Lo logramos a costa de una hiperactividad demencial. El poema automática fue viento en popa, el ballet loopoético afianzó buenas costumbres. Faltaba lo más fuerte, faltaba actuar a tope en la parte final del espectáculo, el verdadero tarro de las esencias, el grial que justifica lo anterior y produce el clímax.

Anónimo toledano: Y servidor seguía sin tirar gominolas.

Jean Martin du Bruit: Yo soy Isabel la Católica. Yo soy Isabel la Católica. Yo soy Isabel la Católica. Yo soy Isabel la Católica. Salté en plan NBA, las cogí de tu cesto y las tiré al respetable. Yo soy Isabel la Católica. Yo soy Isabel la Católica....

Anónimo toledano: Yo soy Isabel la Católica.

Continuará....

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